martes, 9 de septiembre de 2008

OTROS TRABAJOS


Había que seguir ganándose el pan después de la decepcionante aventura de Ranchillos. Una empresa de turismo organizó una selección de aspirantes a guías para viajes desde San Juan y Mendoza a Cataratas del Iguazú. Era mi gran oportunidad, baqueano como era en aquellas tierras guaraníes. Y así fue, al cabo de una semana estaba bordo de un ómnibus cargado de turistas sanjuaninos y mendocinos rumbo a Santa Fe, Chaco, Corrientes y de allí a Foz do Iguazú, en Brasil, pasando por Paraguay.
Sería la primera vez que mi espíritu trashumante me iba a deparar algún beneficio económico y me sentí lleno de energía, dispuesto a cumplir mi rol.
La primera decepción llegó luego de pernoctar en Santa Fe.
Aunque nos alojamos en un hotel lujoso, con la mejor comida y el mejor servicio, comencé a ver el perfil mezquino de mis compañeros de trabajo, dos choferes y una azafata que tendría que entrenarme en este primer viaje a ciegas. Los chistes y entretenimientos que teníamos que ofrecer a los pasajeros como muestras de “ingenio” estaban destinados a “divertirlos” y eran terriblemente aburridos, reiterados, previsibles. En la primera ciudad que visitamos, levantaron de la cama a todo el mundo casi de madrugada, tiempo pautado para el desayuno, recorrida por el centro histórico y edificios famosos, tiempo pautado para hacer compras en locales cuya lista les dieron de antemano, almuerzo al estilo campamento militar (buena comida, eso sí) y recorrida por lugares pintorescos de la orilla del río Paraná, cena en tiempo... también pautado, breve salida nocturna a lugares ya establecidos y a dormir, que mañana se madruga.
Este plan se repitió en Corrientes con menos posibilidades porque es una ciudad más pequeña y hubo que salir inmediatamente para Asunción, previo paso fugaz por Chaco y Formosa que apenas se vieron desde la ventanilla. Mis compañeros veteranos hacían cada vez más de las suyas, esquilmaban a los turistas con las compras “a comisión”, mantenían largos diálogos llenos de anécdotas burlescas hacia brasileños y paraguayos o hablaban de sus competencias sexuales con prostitutas de paso. Ya me estaba cansando.
Por suerte, en Asunción me hice muy amigo del conserje del hotel y me pasé dos días de charlas muy interesantes con este señor paraguayo, que finalmente creyó que yo era compatriota suyo radicado en Argentina. En Brasil fue gran escándalo cuando los mendocinos y sanjuaninos descubrieron que la carne que se les servía era de cebú, lo que dio lugar a un episodio desopilante cuando finalmente vieron un ejemplar y exclamaron casi todos:
- Pero ¡Es una vaca!
También causó sensación y una sorpresa hipócrita ver a travestis y transexuales trabajando a ojos vista en las calles y ciertos locales nocturnos, cuando en realidad en la noche mendocina ya hacía tiempo que eran moneda corriente.
Comenzó el regreso desde Foz do Iguazú y ya mi tolerancia era igual a cero. Las bromas de los choferes eran cada vez más pesadas y de peor gusto, casi agresivas a veces. Una señora muy gorda que viajaba cerca de mí se dormía y se tiraba pedos, unos recién casados que habían celebrado su luna de miel con este viaje, se peleaban cada vez peor porque ella sospechaba que él no pudo resistir la curiosidad de saber cómo era un travesti y según el marido se había pasado solo casi toda la noche en el casino. Bueno, solo y en el casino era lo que afirmaba. Me trasladé al fondo del ómnibus donde viajaba una pareja madura, eran del sur y habían mantenido su independencia en medio de todo este circo. Allá atrás se podía mantener la calma y conversar algo interesante, pero mi actitud motivó reclamos de los choferes y de la azafata porque supuestamente yo había abandonado mis deberes. A medida que nos acercábamos al punto de regreso el tiempo se hacía más urgente, había que cumplir los horarios, se acabó el paseo. Junto con esta urgencia crecía la diferencia del “equipo de trabajo” que nuca fue equipo, las bromas se hacían más pesadas.
En una parada durante la última noche, tomando algún trago fuerte, llegaron a la falta de respeto y yo, que estaba prendiendo un cigarrillo, sin medir el gesto le eché el fósforo encendido al más agresivo en el bolsillo del saco.
Bueno, este fue mi primer y único viaje en calidad de guía de turismo experto en el litoral argentino, y el comienzo de mi partida de Mendoza. Regresaría a San Luis, pero ya tenía proyectos, sueños y amores con el teatro.

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