Me mudé a vivir con Publio en una gran casa de Guaymallén, ese suburbio mendocino que todavía conservaba quintas de frutales y viñedos. Era conveniente alquilar algo entre dos socios, y tuve la gran suerte de que Publio me invitara a compartir, porque me enseñó muchas cosas. Por ejemplo, tenía una gran discoteca, estantes que llenaban tres paredes con discos hasta el techo. Era fanático de la ópera y la música clásica, además de tocar muy bien la guitarra. También era un eterno cliente del psicoanálisis, pero en esta generación ¿quién no lo fue? . Uno de los discos era “Cinco Composiciones Para la Pasión de Cristo”, del barroco italiano.
En esa casa retozábamos con Claudia que se divertía sonoramente, gozaba sonoramente y despertaba la ira de la vecina que entonces golpeaba la pared. Esto provocaba más diversión sonora que acabábamos de nuevo con sonoridad.
Todo era musical en esa casa.
Llegó la primavera y comenzaron a madurar los damascos justo frente a la casa, un paisaje expresionista de verde y amarillo, y cientos de pájaros que todas las mañanas vienen a comer la fruta madura. Detrás llegan las abejas y el espectáculo que se ve desde las ventanas es glorioso.
Se fue Claudia, pero no importa, estamos en primavera y tengo proyectos, como por ejemplo montar un espectáculo que incluya un coro, para mí todo incluye música. Es por eso que me presentan a la directora de un coro juvenil, le dicen la Negra, sólo la veo unos minutos para hablar de trabajo, pero me produce una impresión profunda.
Creo que sobre todo porque es morena, de ojos enormes, cejas gruesas y boca gordezuela. O puede ser porque canta con voz de contralto unos black spirituals que la elevan del piso de los mortales. O por la forma en que me miró esos minutos que hablamos.
Lo que sea, trato de verla todas las veces que puedo, quiero ansiosamente que hagamos un espectáculo juntos, me siento inspirado.
Me sorprende que ella también se entusiasme, cada cita es más intensa, nos sentimos estimulados, hay reuniones con los actores y la gente del coro, preparo un libreto, trabajamos de noche, avanzamos en el proyecto y en el verano.
Se prepara un campamento con los compañeros, vamos a ir todos a Picheuta tres días, llevaremos carpas, haremos asado y tocarán la guitarra. ¡Tres días de campo con mi compañera de proyectos!
La Negra organiza todo, inclusive lleva su carpa y a mí en su auto, donde se cuela su mejor amiga.
No importa, buscaremos cómo estar solos, me está dando una oportunidad, ahora definiremos cuánta amistad cabe en una carpita.
Picheuta es un lugar hermoso, estamos todos alegres, salgo a buscar leña, preparamos un fogón gigantesco para la noche, habrá guitarreada y vino patero.
Hasta yo me puse a cantar, y me hicieron todas las bromas correspondientes hasta que entendí que debía callarme. Sentados muy juntos miramos el cielo de los Andes, un cielo maravilloso, se fue apagando el fuego hasta quedar un montoncito de brasas y nada de vino, me animé a decirle que nos fuéramos a la carpa... y accedió.
Entramos, nos acomodamos, comencé a hablarle al oído, y llegó su mejor amiga, que había sido considerada parte de la carpa. No importa, podemos acariciarnos en la oscuridad, la clandestinidad es más excitante. Le pide a su amiga que le pase crema por la espalda – no a mí, a su amiga – y me pasa crema por la espalda. Todos encremados.
Listos ahora para dormir, todos cansados por el paseo a la montaña y por el vino.
Me voy a fumar unos cuantos cigarrillos junto al fogón que se apaga, por suerte las noches en la cordillera refrescan mucho aunque sea verano y piense en la directora pasándome crema.
Hay que portarse como un caballero, y al día siguiente es como si no pasara nada, camino por el río, por el faldeo, entre las piedras. Camino, camino, camino.
Para ninguno de los tres ha pasado nada.
Otra noche igual, me pide que le pase crema para aliviar la insolación, le pasa crema a su mejor amiga, que sigue allí porque no ha pasado nada... y dormimos.
Sin embargo el viaje de regreso es muy silencioso, claro, estamos cansados por el paseo. Al despedirnos quedamos en hablar por teléfono para continuar nuestro trabajo en conjunto.
Primera Composición
Unos días después, por teléfono:
- Estaba esperando que me llamaras...
- ¡Ah! Perdón, no tuve tiempo.
- ¿Querés seguir con el proyecto?
- Bueno, si vos querés.
- ¿Qué te pasa? Estás raro, ¿no querés hablar?
- Sí, no es eso, me gustaría hacerlo personalmente.
- Bueno, esta noche venite a cenar, cocino algo para que pruebes que clase de cocinera soy.
- Ya lo creo, esta noche voy sin falta.
- Te espero a las nueve. Chau
- Chau
Breve transcripción poco fiel de la conversación. En realidad no podía hablar, me salía el corazón por la garganta... ¡Me llamó y me invitó a cenar!
Siempre he sido puntual, pero esa noche fui caminando hasta su casa, quería calmar la ansiedad, estaba insoportable y podía echarlo a perder si llegaba muy temprano. Lo conseguí, llegué cinco minutos pasadas las nueve.
- Hola – beso en la mejilla
- Hola
- ¿Trajiste el libreto?
- Sí, tenemos que hablar- Me siento, se queda parada en medio de la cocina.
- Me di cuenta, te pusiste raro después del campamento – Maneja apurada los trastos pero no hace nada, está nerviosa.
- Es que pensaba que seríamos nosotros dos, quería decirte que me gustas mucho, muchísimo y teníamos la oportunidad de ver cómo funcionamos, si estamos bien juntos y todo eso...
- Sí, yo pensé lo mismo. Al principio me atrajiste, me gusta como nos llevamos, me hacés sentir bien... pero había una lucecita roja por ahí.
- ¿Qué pasó? ¿Hice algo mal?
- No, no sos vos, soy yo.
Gravísima señal de alarma, cuando una mujer dice así, no somos la causa de nada, sino la víctima de algo. Casi siempre significa que en lugar de pensar algo, hizo el ensayo y pensó después. La inconsciencia es buena excusa.
- Entiendo menos que antes ¿Te pasó algo?
- No.
Se suponía que íbamos a hablar. No que tenía que hacerme cargo de lo que está pensando.
- ¿Por qué esa luz roja?
- Porque no me conocés bien.
- ¡Ah! Eso deseaba, por eso dije que el viaje era una oportunidad.
- No, pero no me conocés porque yo no me conocía bien.
Bueno, ahora se trata de actuar como un grabador, para que se escuche y pueda poner afuera.
- Podés hablar con tranquilidad, o si querés lo dejamos para otro día.
- No, te debo una explicación. Quiero ser sincera.
¡Mala suerte! Este prólogo quiere decir: Yo me lo saco de encima y te lo cargo en tu cuenta.
- Bueno... ¿Entonces?
- Sucede que vos me gustás, yo también fui a Picheuta pensando que iba a pasar algo entre nosotros, quería probarme.
- ¿Probarte vos?
- Sí, dejame hablar. No estaba segura de mí, de mi reacción si estábamos juntos... ¿Entendés?
No, no me jodas, si querés jugar por lo menos obligate a decirlo vos.
- No.
- No te hagas el boludo.
- No me hago, te escucho, no saco conclusiones.
- Quería probar qué pasaba en la cama.
- ¿Entre nosotros?
- Conmigo y con vos.
- O sea, me ibas a usar.
- ¡Noooo!. Te aprecio mucho, nunca te usaría en esos términos.
- Bueno, en otros entonces, pero es usarme.
- Es que de veras me iba a acostar con vos.
- Para ver qué te pasaba... ¿Y yo?
- Vos entendeme, pensé que me querías como amiga.
- Sí, te quería.
- ¡Ah! ¿Ves? Ahora no... no se puede hablar con los hombres, piensan con la bragueta.
- Creo que seguimos siendo amigos, pero si no sos clara no entiendo nada.
- ¿Podemos hablar como amigos?
- Estoy esperando desde que me llamaste por teléfono.
- El asunto es que quería definirme, saber qué me pasa, pero también fue Laura.
- ¿Tu amiga?
- Sí.
- ¿Y...?
- Bueno, resulta que se me aclararon algunas cosas, estaba muy confundida, perdoname.
Juro que lo largué en tono de broma:
- ¿Te gusta Laura?
Disparó el balazo:
- Sí.
El resumen de todo esto es que no comí la cena (que ya se había enfriado) quedamos como amigos intelectuales “un gran equipo” y Publio me tuvo que aguantar largas noches de café y ginebra hasta que me olvidé del asunto. El espectáculo no se hizo, pero por otras razones.
En mi habitación, mientras trataba de entender escuchaba “Black and Tan Fantasy”, sonido de réquiem para negros de New Orleans.
Segunda Composición:
A la noche sigue el día. Me encierro en la casa frente a los damascos. Es increíble cómo alguien puede tener ganas de sufrir, excepto en las novelas o en las malas poesías. Colgado de las rejas de la puerta, mirando como el nublado se va llevando el amarillo de la fruta y los pájaros, pongo para escuchar el disco de las “Cinco Composiciones...”, como tratar de rasgarse el brazo con pedazos de vidrio. No es efectivo, pero duele. En realidad se lo estoy haciendo a mi orgullo, autodisciplina oriental en versión itálica. Hay más novedades, otra seria discusión, Publio que no llega (él tiene explicación para todo) un trabajo que se pierde y las nubes que siguen poniendo el aire gris, los rincones negros, los ojos turbios.
Ya no podré ser el barman de aquél sótano musical de la galería Tonsa, el dueño no puede sostenerlo, no hay ganancias... se acabó ese pequeño mundo de piano vertical. Y se acabó mi fuente de ingresos.
Giácomo Corelli me pone las espinas de la Composizione en los oídos y odio la música pero no hago nada por silenciarla. Sigo colgado como un reo condenado, mordiendo los barrotes de hierro.
Es de noche cuando llega mi compañero, ni siquiera puedo comer, me meto en cama y él viene a charlar. A medida que cuento los episodios, la discusión reciente, la falta de trabajo y la pobreza que vendrá hasta nuevo aviso, voy dejando para el final la entrevista con la negra.
Luego Publio toma la palabra y comienza a explicar, pero yo dejo de oír. Borro el sonido, delante de mi vista todo es en cámara lenta, con luz amarillenta de bombillas miserables. Me desconecto de los sonidos, se acabó Corelli y se acabó lo que escuché anoche, y esta tarde, y hace un rato...
Un buen bofetón me despierta, por suerte la mano de mi amigo es grande y pesada. Me agarra uno a uno los dedos que todavía aferro a los bordes de la sábana y me la hace soltar, me descubre la cabeza, escucho su voz tierna y madura que me calma, escucho mis latidos, está todo en su lugar.
Entiendo lo que me dice la boca que se mueve:
- Vamos a comer algo. Una comida caliente cura muchas cosas.
- Tengo ganas de mear, hace horas que tengo ganas pero no me había dado cuenta.
- Entonces ya pasó, andá y después veni a comer. Lavate bien las manos.
Me las lavé muy bien, y también los oídos. Ahora tengo hambre, después veremos.
Tercera Composición
Tengo una entrevista con alguien que puede darme trabajo. Voy temprano preparado apara que me digan que no, es menos frustrante que ir con optimismo.
Se trata de otro local donde fabrican objetos de acrílico, dentro de la misma galería, entrada por calle San Juan. Ya somos una familia y consigo el puesto, que consiste en encargarme de la atención al público, mantener ordenado el negocio y hacer algunas entregas. El acrílico es en el momento el material de moda, tanto como en otros lugares lo fue a principios de los ’60. Fabricamos desde accesorios para baño hasta bisutería, por las tardes recorro lugares desconocidos de Mendoza haciendo entregas, visito clientes agradables, tristes, amistosos, agrios, quejosos, confianzudos.
Cuando puedo me mantengo cerca del taller, donde aprendo a fabricar diferentes cosas y se va tejiendo una relación de mucha confianza con el dueño, que es tan joven como yo y amante de la música. Sin embargo, tiene un perfil extraño. No puedo percibir qué es. Me ha invitado a reuniones después de trabajar, pero no quiero arriesgarme, los colectivos dejan de circular temprano y tendría que volver caminando hasta Guaymallén. Sin embargo, aunque es un tipo simpático y se porta muy bien con el personal; sigo teniendo reparos. Me siento muy mal por ello, no debería ser así, es buena persona. Vivimos con miedo al vecino, con prevenciones, nos encerramos y no debe ser así. Me siento un cretino. Me culpo y no tengo excusas. Salimos la noche del viernes y uno de mis compañeros me pide que lo acompañe unas cuadras, hasta una plazoleta de la Costanera, vamos charlando y él me cuenta con entusiasmo de qué se tratan las reuniones que a veces se hacen en el taller. Hablan de filosofía oriental al nivel de cualquier café, y algo de política. Esto lo dice mirando para todos lados. Mientras caminamos por la vereda lateral de la plazoleta, va deslizando los dedos entre las piedras de un pequeño muro. Se detiene, hurga una grieta y saca un porro. Busca un lugar seguro y me invita a compartir, pero no fumo, hace mucho que no fumo y cuando se lo digo se enoja un poco, ya no es lo mismo. Nos despedimos, y al alejarse unos metros aparece un patrullero. Hace lo peor, lo que no hay que hacer y sale corriendo, yo me quedé parado, supongo que fue el miedo, y me salvé raspando. Me revisaron, me palparon todo el cuerpo con el consabido pedido de documentos y malos tratos, y me dejaron ir. Salí todavía asustado y me fui a la terminal a tomar el micro, un lugar transitado y a plena luz pero sin embargo allí mismo hicieron un operativo, levantaron a todos los que estábamos esperando, nos metieron en un camión cerrado y fuimos a la comisaría. Todos en fila contra la pared, revisan los bolsos, la ropa, las cajas de herramientas de unos obreros bolivianos, nos gritan, nos separan primero en grupos, luego de a uno. Me quiero sentar, de puro enojado, y un oficialito chiquito y miedoso me da unos golpes con la porra de goma en las piernas. No es mucho, luego me manda a pararme en medio del patio, y me pongo a silbar “La Marsellesa”. En eso nos ponen a trabajar, a barrer la comisaría, trasladar cosas y vaya a saber qué más. Para lavar el enorme patio éramos tres, yo agarré la manguera, la enchufé, abrí el chorro de agua y silbando con todos los pulmones, me dediqué a llenar de agua las motos policiales.
No se dieron cuenta por ahora, pero igual me dejan encerrado hasta el otro día y cada vez que pasan golpean los barrotes con las porras y gritan amenazas.
Me sueltan al atardecer, y salgo por esas calles otoñales silbando otra vez “La Marsellesa”.
Cuarta Composición
- Vamos a hacer algo con música y fotografía, tal vez con algunas poesías... ¿Te animás a hacer los libretos?- Me dice Mike, el otro Miguel.
- Me gustaría, sería buena idea ¿Con quiénes vamos a trabajar?
- Están los muchachos del grupo “Amauta” que tocan música andina, quenas, charango y esas cosas, yo tocaría percusión con una amiga.
- ¿Cuándo nos juntamos todos así nos conocemos?
- El sábado a la tarde, en casa de Camilo.
- Bueno, nos vemos allá.
Salimos a sacar fotos, en realidad diapositivas color, porque el recital sería lo que llamamos “audiovisual”, con imágenes proyectadas sobre el fondo del escenario, mientras los músicos tocan. Todavía era la forma más barata de hacer proyecciones y teníamos alguna experiencia en eso, habíamos hecho uno que llamamos “Changuito quiere volar” a dos pantallas, con música grabada y foto sepia y blanco y negro. Componer cada una de las fotos llevó horas, salimos a buscar escenarios, armamos una imagen excepcional con Perla tocando el piano, iluminación de velas y un gran espejo de marco dorado. Para el tema “Kokena” hubo que producir un altar incaico en la montaña, luego una secuencia de embarazadas. Y muchos ensayos con los músicos.
Un par de fotos eran especiales. No podíamos dejar de arriesgarnos, el totalitarismo era un desafío, cualquier manera de reaccionar aunque fuese ingenua nos hacía recuperar la libertad, el sentido de dignidad. Hubo un par de tomas con un hombre desnudo en medio de la vegetación. Después de todo, la música también era una forma de resistencia, Inti Illimani era perseguido, Mercedes Sosa era perseguida, Los Olimareños, en fin, la lista negra es larga.
Estrenamos, el Teatro Independencia no se llenaría nunca, pero había mucha gente. Sobre todo, otros artistas, algunos de Markama, compañeros de teatro y periodistas. Para nosotros fue un éxito, primera vez que salíamos al mayor escenario de Mendoza. A la mujer de uno de los músicos no le gustó que pusiéramos las fotos del desnudo, era arriesgarse demasiado dijo. Siguió hablando durante todo el recital, se paró a mi lado mientras proyectaba las imágenes, caminaba inquieta, discutía con todos. El miedo era comprensible, la histeria no. Me increpó, me dijo que ella podría haberlo hecho mejor.
Esto tuvo efectos en el grupo, quedamos divididos, algunos accedieron a lo que la mujer quería. Les tiré las diapositivas por la cabeza, por supuesto que los encargados del teatro se enojaron... y ella terminó adjudicándose la razón.
- ¿Vieron? Era como yo decía, se iban a enojar. Ahora nos echan por culpa tuya.
Me volví caminando hasta mi casa, pensé que daría resultado, pero llegué más furioso y para colmo me cansé, hacía calor, me dolían los pies.
Fui hasta el tocadiscos y puse “El Cóndor Pasa” a todo volumen.
Pero la versión de Simon & Garfunkel, necesitaba vengarme.
Quinta Composición
Perla había estudiado piano, era su pasión y la ilusión de su familia. El padre los había abandonado, su hermano y su madre trabajaron duro para que ella pudiera estudiar, así le pagaron los mejores profesores, apostaron a su futuro de concertista que ya se podía vaticinar. Era rubia, de ojos muy celestes, igual a su madre gallega aunque ella decía que heredó todo de su padre polaco. La conocí ya casi alcohólica aunque excelente pianista. Comenzamos a pasear mucho, hablando, confiándonos cosas, logré que se entusiasmara en el proyecto de Amauta, que participara de las fotos, que ensayara algunas horas todos los días. Me quedaba junto al piano para que no perdiera el entusiasmo y sobre todo para evitar que siguiera tomando. Solamente mate y las tortas que nos hacía la madre, tan contenta. Así me fue contando cómo había comenzado a beber, cómo su familia también gravitó en la decisión de casarse con un tipo de plata, porque era tan bonita que podía elegir candidatos, y además tocaba tan bien el piano. Era un articulo de lujo, podía contar con ello para no padecer en el futuro, la pobreza asusta y el dinero da seguridad. El amor puede venir después, con los hijos. Perla tuvo dos.
Por algo no llegó el amor, pero se refugiaba en las clases de piano, y sin embargo hay cosas que no pasan desapercibidas para el instinto de las mujeres, por eso una tarde volvió repentinamente a su casa cuando los hijos estaban fuera, y....
- Lo encontré con otro hombre en la cama. Vomité, los dos allí, desnudos, en mi propia cama. Tuve un ataque, rompí cosas, no me acuerdo bien, fui corriendo a buscar los niños que eran muy chiquitos entonces y me refugié en casa de mi mamá. Ella no entendía nada, al principio parecía no creerme, discutí mucho, me encerré con los chicos y de repente vino la policía, el juez de menores, siguieron unos días terribles hasta que me separaron de mis hijos. Cuando terminó el juicio, yo resultaba culpable, me internaron por loca. Estuve un par de años en un hospicio y cuando salí comencé a tomar. Después es muy difícil parar. Salí con algunos hombres, no sentía nada, no me importaba nada. Algunas veces necesitaba plata para seguir bebiendo. Pero después pensaba en mis hijos y juraba que no lo haría nunca más.
La noche antes del estreno, Perla me esperaba como siempre para el ensayo, pero esta vez había preparado una puesta en escena. Tenía un vestido de noche negro, evidentemente de cuando estaba en mejores condiciones, un peinado muy cuidado, maquillada y rodeada de velas como cuando hicimos las fotos. Su mamá entró trayendo dos copitas de cristal con licor casero. Me hizo sentar junto al piano para dar vuelta las hojas de la partitura y comenzó a tocar la Polonesa Brillante. Impecable.
- Fue lo último que estuve estudiando. Hace ya diez años.
Me encantó, el mejor regalo.
Tuve que viajar un par de meses para rendir unos exámenes, y quedamos en vernos, pero no sé por qué no lo hicimos enseguida. Un sábado volví a sentarme a la barra de “A mi Manera”, aquél boliche de amigos, y allí la vi. Pudimos hablar un momento porque estaba acompañada, pero al día siguiente me llamó por teléfono y la invité a almorzar. Dormimos juntos, pero sobre todo hablamos, algo le había pasado y era que no pudo seguir haciendo fuerza, no podía explicarlo, se habían sucedido las circunstancias, se sintió sola y débil. Fue mimetizándose con una nueva amiga que le presentó algunos hombres, podía beber y divertirse, así se olvidaba de sus miserias y sus dolores y volvió a la botella...
- Sabía que habías vuelto, pero no podía mirarte a la cara.
- ¿Porqué? ¿No nos contamos todo? ¿Creíste que te iba a juzgar? De todas maneras, cuando te conocí estabas muy mal también.
- No, hice algo peor.
Le costaba hablar, la conversación rebotaba sobre las plantas, el clima, banalidades. Fui a la cocina, preparé mate, y después de unos minutos pudo arrancar.
- Estaba muy resentida, pensé que sería una venganza.
- Venganza ¿por qué?
- Porque no me llamaste más, te borraste así.
- Quedamos en que cada uno haría su vida como buenos amigos. Eso creí yo, que somos amigos y te quiero mucho como amiga. Sabías que podías llamarme, contar conmigo.
- Ahora no importa, me siento muy mal, sucia.
- No puede ser tan grave, si no querés, no me cuentes por ahora.
- No, no, necesito decírtelo porque quiero castigarme, quiero que hagas lo que te parezca, enojate, no sé... Caí en la misma trampa por la que estoy así hace años. Me vi a mí misma y sentí el mismo asco... quisiera que alguien me diga porqué hice lo mismo...
- ¿Me vas a decir de una vez?
- Despacio, me cuesta. Mi amiga conseguía tipos de plata para salir, siempre uno para cada una. Justo cuando me enteré que habías llegado, apareció con la propuesta de ir las dos a la casa de un viejo. Teníamos que hacer la fiesta los tres ¿entendés? . Mi amiga y yo y las dos con él. Cuando estábamos las dos desnudas, me vino a la cabeza lo que había visto en mi casa aquella vez. No pude dejar de tomar toda la noche. ¿Porqué lo hice?
- No sé, no soy psicólogo. Quedate conmigo si te hace bien, descansamos o escuchamos música, o salimos a pasear... quiero que te sientas bien y te calmes, ahora estás acá, sacate todo eso de encima y después que nos tranquilicemos volvemos a hablar.
Cuando desperté estaba solo, sobre la mesa de la cocina había un papelito: “Gracias por todo”
Fui a la discoteca, me costó encontrar algo de Chopin, pero al final puse el “Preludio de la Gota de Agua”. Era la tristeza pura.
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