martes, 9 de septiembre de 2008

MI AMIGO JULIO


- Querida Rosa: nada más que dos líneas, pues ya estoy con un pie en el barco. Le agradezco muchísimo su felicitación y los buenos deseos. Y me acuerdo de lejos charlas en Chivilcoy, cuando los dos pensábamos en viajes. Hoy me toca a mí, pero mi gran deseo es que también llegue el día para usted. ¿Por qué no? San Juan es sólo un pedacito del mundo. El resto espera, y un día usted entrará en él. Con todo afecto. Julio Cortázar, 10 de octubre de 1951
Un intervalo con música nuevamente, ahora sí, ¿Charlie Parker?
- Viajando hacia el oeste a bordo de un tren, que todavía era de madera pero real, Julio Florencio Cortázar llegaba a Mendoza "puerta de mi casa", como la nombrara en otra ocasión. En esta ciudad, dictaría clases, escribiría y publicaría cuentos, se haría amigo de uno de los más grandes artistas plásticos de la historia mendocina y participaría de la toma de la Universidad momento que aprovecharía para tocar el piano, seguramente en algún sótano.
- Hay que batir el cubilete, los dados ruedan sobre la mesa de paño, sale el siete. Tira otra vez.
Tuve la mala suerte de nacer durante el gobierno del general Perón, de manera que a finales de los años sesenta, creo que era la época en que mataron al “Che” en Bolivia, tenía veinte años y a mi alrededor los jóvenes militantes políticos reclamaban el regreso del Viejo, la vuelta de Perón. Si fuésemos capaces de recordar estaríamos ahora pensando en la obra teatral “El Avión Negro” de Germán Roszenmacher y Oscar Viale. Tuve la mala suerte de mirar con desconfianza todo eso que pasaba a mi alrededor hasta que en 1969 se tomó la Facultad en San Juan porque nos visitaba el embajador norteamericano, John Cabot Lodge. Los norteamericanos estaban invadiendo Santo Domingo o era El Salvador o..
Lo que tenés que hace es definirte, militar en la izquierda. Se viene un movimiento en Latinoamérica, el Che no ha muerto en vano, hay compañeros luchando en Taco Ralo, en Tucumán, Vietnam está ganando la guerra, se independizan los africanos por todos lados, en Argelia Ben Bella es el líder.
- Gracias al Tata Cedrón por los recuerdos:
- Pude haberlo conocido antes, porque en el 64 me habían invitado a un festival de música en Argelia. Pero se pudrió, cayó Ben Bella y no viajé. Pero en esa época yo había leído a los cronopios y ante la posibilidad de pasar por París pensé -, yo a este tipo le doy una serenata, me paro en la yeca y le toco algo. Bué, al final me tuve que ir del país porque ya sabemos, ¿no?, Dábamos recitales en las villas... tuve que irme.
- Otra vez le toca tirar los dados y arranca a buscar por dos cuadritos verdes, son ravioles al pesto en este extraño juego de la oca.
Como por ejemplo esas noches llenas de estrellas imaginarias, porque el parral tapaba el cielo, mientras se prendía el fuego y sonaban algunas guitarras y se repartían un par de melones rellenos de buen vino blanco con hielo. Para humillación de estos mendocinos el vino igual que los melones eran de San Juan, porque cualquiera sabe que es el mejor blanco que hay. En ocasiones los invitados podían ser los integrantes de Markama, el grupo de música indo americana que empezaba a grabar sus discos y a ser escuchado fuera del país Y cuando decimos “país” nos referimos a Mendoza.
- "Los mendocinos me han sorprendido. La facultad tiene un club universitario hermosamente decorado, que ocupa varias habitaciones de un subsuelo. Hay allí un bar, discoteca con abundante "boogie-woogie", banderines de todas las universidades de América, y tanto profesores como alumnos van allí a charlar, seguir una clase inconclusa, beber e incluso bailar. ¿Cree usted posible eso en Mendoza? A mí me pareció, cuando me llevaron, que entraba en Harvard o Cornell; todo menos aquí. Y sin embargo es realidad: alegrémonos de ello".
El muchacho daba vueltas y vueltas por la ciudad porque en realidad no sabía por esa época qué quería hacer, lo cual lo hacía sentirse muy especial hasta que encontró que todos los jóvenes de todas las épocas coinciden en lo mismo.
En una de esas vueltas iba por la calle Sarmiento, de regreso de los portones del Parque, cuando en una esquina se detuvo a mirar un edificio antiguo muy bien conservado y sombreado por aquellos árboles tan especiales. La atmósfera del momento era un poco mágica. Sobre la puerta del edificio había un cartel que rezaba: “Universidad Nacional de Cuyo – Escuela Superior de Teatro”; capaz de imponer respeto y que parecía solemnemente distante del peatón. Pero más abajo, escrito con marcador y sujeto con chinches, un letrero muy pedestre decía: “Abierta la Inscripción – Horario de 18 a 20 horas”.
Ya es otra cosa. Porque si se fijan, hay carteles que “rezan” y hay otros que “dicen” las cosas. Y al muchacho este letrero artesanal le dijo algo.
Preguntó la hora a un reloj que pasaba con cara de cartero, y como recién eran las dieciocho y treinta (más o menos) entró a inscribirse.
- "Los discípulos descubrirían el ámbito mágico de la literatura a través de las lecciones magistrales de una inteligencia privilegiada, de un malabarista de la expresión, de un espíritu abierto a la belleza, creador él mismo". Por la calle Garibaldi podíamos encontrar a Gladys Adams, la esposa del grabador mendocino Sergio Sergi, que fue la tipeadora de un libro que terminó de escribir aquí- Bestiario- y a la escritora Lidia Aronne, quien había publicado un escrito sobre la obra de Cortázar que éste apreciaba muchísimo.
- Eso le gustaba mucho a Julio, la idea de que hay miradas que perduran en el tiempo y en el espacio.
Después de este gesto de audacia seguramente ha sentido miedo, y tal vez se arrepintió al entrar. Decimos seguramente, porque a través del tiempo es difícil saber exactamente cómo pasó todo, ni siquiera podemos afirmar qué hora era verdaderamente. Lo cierto es que en ese paso fundamental se convirtió en alumno de la carrera teatral y en “Toulouse”. Sólo que para ser Toulouse tendría que esperar hasta marzo, porque ese fue el sobrenombre que le puso una compañera de banco que era artista plástica y fanática de los affiches de Lautrec. Cosa en común, porque al joven barbudo le gustaban los cabarets al viejo estilo, aunque ahora se llamen “pubs” o “café concert”.
Más allá de otras anécdotas, lo que le quedó a nuestro compañero fue una propuesta para trabajar como barman - ¡barman!- en un sótano de la calle San Juan, en la galería Tonsa.
- Recordaba a Julio el argentino y Ugné, la lituana tomando mojitos en Cuba, hablando de política latinoamericana, de revoluciones, de carnes rojas bien asadas. En esta melancolía jugosa con olor a perejil mezclamos al personaje de Bioy Casares y al de Julio, uno mirando desde la ventana del baño un paisaje que es el mismo que recuerda haber contemplado el de Bioy...
Continúo con este local mendocino que se empezaba a poner de moda en el más estricto sentido surrealista y literal de la palabra underground, y muchas veces habíamos concurrido los tres a tomar unas copas. En realidad no, en realidad solamente íbamos las poquísimas veces que teníamos con qué pagar las copas. Pero igual lo conocíamos bien, y nos parecía fantástico este trabajo, casi a la medida. Los viernes y sábados había recitales donde se presentaban cantautores y cantautoras, a veces había música folklórica con mucho espacio para las improvisaciones, amigos que tocaban la quena, el charango o el bandoneón. Poco a poco, se instaló el jazz en este sótano. Y era maravilloso llegar hasta la salida del sol escuchando desde atrás de la barra las mejores “jam session” del sábado. En este momento cabe un homenaje a Cortázar en el jazz, a Woody Allen en el cine y a Henry Miller en la historia.
- Los protagonistas hacen y sienten lo mismo. Pasean, se aburren, los fastidia la rutina profesional, los aplasta el gris de la ciudad. El centro de ambas historias es el mismo. Los dos personajes no pueden conciliar el sueño. Desde cuartos contiguos a los que ocupan, llegan voces: el llanto de un bebé y la voz de la madre que intenta calmarlo, en el de Cortázar. Una pareja que hace el amor ruidosamente en el caso del de Bioy.
Eran tiempos en que había leído “Sexus”, “Nexus” y los otros libros. Eran tiempos de libros prohibidos, tangos prohibidos y principitos prohibidos. Detrás de la barra del bar, que se llamaba “A Mi Manera” igual que el tema que sonaba varias veces en la noche, vivía una especie de ensoñación que mucho tenía que ver con el espacio de ficción del teatro. Allí, donde podía tocarla, estaba la vida, llena de clarinetes, humo de tabaco y vasos de alcohol. Un momento fantástico cada día donde imaginar historias, personajes, retazos de melodramas, poesía...
Como aquella mujer que podría tener cuarenta, llena de colorido desde la blusa al rostro maquillado en otro tiempo, tal vez en su salida de los quince para el baile de sábado a la tarde. Esa mujer con cabello enrulado que trata de disimular su soledad encorvándose y pegándose a la pared marrón anodina.
Pide un primavera con alcohol.
La miro intencionadamente desde la barra y presiento que nos comunicamos. De todas maneras le preparo su pedido con una dosis muy especial y mientras el mozo le acerca el vaso me adhiero a sus pupilas con ansiedad. Si se queja acaba todo (¡cuánto celeste se ha puesto en los párpados!).
Primer trago de líquido amarillo y verde. La mujer se yergue en la silla, saborea un segundo trago y descubre que la estoy mirando.
Seguramente si hay música en el ambiente, será “Otoño en Mendoza”, escrita por Jorge Sosa con música de Damián Sánchez.
- Ugné y Julio se están mirando en el bar de La Habana, ella le encanta, es buena bebedora y buena fumadora, y apasionada militante...
-. Y la voz de la madre que intenta calmarlo, en el de Cortázar.
- Una pareja que hace el amor ruidosamente en el caso del de Bioy. Una vez más, las mismas actitudes de los dos protagonistas. Ideas gemelas para el final de cada cuento. Julio y Adolfo se rieron de esta broma literaria.

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