- Un día recibí una carta de los Estados Unidos, de una niña, una chica de diecinueve años, encantadora, que escribía muy bien, poeta. Me decía:
- «Dear Mr. Cortázar, le escribo para decirle que su libro Rayuela me ha salvado la vida».- Encima de una mesa había un libro que se llamaba Rayuela. Y entonces empecé a leerlo. Yo me iba a matar al día siguiente y había comprado ya las pastillas. Leí el libro, lo seguí leyendo, lo leí toda la noche y cuando lo terminé, tiré las pastillas porque me di cuenta que mis problemas no eran solamente los míos sino los de mucha gente. Y entonces quiero decirle que Ud. me ha salvado la vida. Y que ahora, a pesar de lo triste que estoy, pienso que tengo diecinueve años, que soy joven, que soy bonita, que me gusta bailar, que me gusta la poesía, que quiero escribir poesía, que ya he escrito para mí poemas y voy a tratar de vivir.
- Lo vi en su cama del hospital Saint Lazare. Parecía un Chaliapin, un personaje de novela rusa, con esa barba, con una especie de saquito marrón con cuellito de piel, boca arriba. Pero bien... quiero decir. Vivió bien, fue un joven de espíritu, siempre sonriente, con esos dientes separados y esa egue.
- Bueno, Tata, gracias por estos recuerdos.
- «Dear Mr. Cortázar, le escribo para decirle que su libro Rayuela me ha salvado la vida».- Encima de una mesa había un libro que se llamaba Rayuela. Y entonces empecé a leerlo. Yo me iba a matar al día siguiente y había comprado ya las pastillas. Leí el libro, lo seguí leyendo, lo leí toda la noche y cuando lo terminé, tiré las pastillas porque me di cuenta que mis problemas no eran solamente los míos sino los de mucha gente. Y entonces quiero decirle que Ud. me ha salvado la vida. Y que ahora, a pesar de lo triste que estoy, pienso que tengo diecinueve años, que soy joven, que soy bonita, que me gusta bailar, que me gusta la poesía, que quiero escribir poesía, que ya he escrito para mí poemas y voy a tratar de vivir.
- Lo vi en su cama del hospital Saint Lazare. Parecía un Chaliapin, un personaje de novela rusa, con esa barba, con una especie de saquito marrón con cuellito de piel, boca arriba. Pero bien... quiero decir. Vivió bien, fue un joven de espíritu, siempre sonriente, con esos dientes separados y esa egue.
- Bueno, Tata, gracias por estos recuerdos.
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