martes, 9 de septiembre de 2008

HACIA EL NORTE DEL SUR



Ciudad extraña Neuquén.
Se viajaba en varios tramos, era difícil llegar, más difícil salir. Muchos jóvenes de todo el país buscaban en la Patagonia una solución a la falta de oportunidades que les cerraba puertas en las provincias conservadoras del norte, o escapaban de ciudades cada vez más pobladas en el litoral.
En ómnibus hasta Río Cuarto era desandar un camino hecho veinte años antes, y de allí torcer de manera metafórica y literal hacia el sur. Cambiar valijas y petates. Otro ómnibus que comienza a cruzar La Pampa. Horizontal, plana, interminable.
“Inmenso piélago verde donde la vista se pierde sin tener donde posar” Eso decía Martín Fierro.
Por las ventanillas pasaban algunos árboles aislados, vacas durmiendo, vacas comiendo, vacas amontonadas, caballos y potrillos.
Pasa el mediodía viajando.
En la siesta calurosa uno desearía ser una vaca, comer y dormir tirado a la sombra. Pero imposible ni siquiera estirar las piernas. En el otro asiento, dos jóvenes maestras hablan fuete, hacen planes de cómo será su vida allá, en esta mítica Patagonia, de la cual ninguno de estos inmigrantes modernos sabe nada. Imaginan cuanto vana ganar, y, seres urbanos al fin, cómo serán los fines de semana con libertad, sin sus padres vigilando. Divertirse, divertirse, salir a recreo a jugar.
Hay que ver cómo cambia todo cuando empieza la barda patagónica, pero llega la noche y las ventanillas son pozos. De repente se ilumina el horizonte con cañoneo de artillería. Una batalla naval a gran escala, el desierto se inaugura para los viajeros con una tormenta eléctrica bien patagónica. Extraña sensación, ir a esa velocidad por un tubo oscuro donde apenas brillan unos foquitos colorados. La mayoría duerme o lo intentan, los cañonazos se escuchan apagados, el ruido del motor es monocorde y crispa un poco los nervios. Empeora la situación un video que ponen para distraer al pasaje, solamente logran despertar a los pocos durmientes. Más y más bardas, que al amanecer ya se pintan de rojizo tierra y verde jarilla. Seguimos dentro del tubo de lata, avanzando hacia el sur. Los nuevos miran las bardas más altas, allá al oeste donde se ven más rojas encendidas por el sol naciente. Algunos piensan que ya es la cordillera, Neuquén está asociada a la cordillera y al petróleo.
Llegando a la terminal de ómnibus, confluyen los ríos que vienen de La Rioja, San Luis, Entre Ríos, Buenos Aires, La Plata y sobre todo, desde Chile. La Patagonia se fundó sobre los tehuelches primero, que fueron invadidos por los mapuches chilenos después, desplazados por los petroleros y latifundistas que trajeron mano de obra barata de Chile, todos expoliados por políticos corruptos que explotan a los electores inmigrantes y la miseria del norte. El último aluvión viene de nuestra empobrecida clase media de provincias.
Desde la capital, al día siguiente otro viaje a Zapala, a mitad de camino hacia la verdadera cordillera, la de los pinos y los lagos. Otro tramo en el colectivo que maneja “El Murciélago”, un veterano de caminos de cornisa con hielo o nieve que anda a los tumbos, desconoce el apuro y es tan cómodo como viajar en carreta, pero que jamás se ha quedado en el camino ni ha dejado de llevar a nadie, personas o equipajes.
Desde las dos a las seis de la tarde de la tarde traqueteando, subiendo cerros, bajando cerros, cruzando torrentes, bordeando paredones de nieve para llegar a destino: Aluminé.
No se imagina uno cuando lee que los indios se cubrían el cuerpo con grasa de potro, lo que es pasar esas cuatro horas en el colectivo cerrado, con calefacción y algunos vecinos que han usado ese método. Los libros hablan en pasado, como si fuese historia vieja. El olor nos acompaña hoy, aquí.
Uno se acostumbra. Después pensamos que se juzga desde la vida cómoda, con agua caliente y estufas a leña prendidas todo el invierno. Pero ¿quién quiere bañarse con agua de deshielo, bajo el techo cubierto de nieve y apenas unas brasas para calentarse?. Empezaba la convivencia con estas cosas que la mayoría de los recién llegados ni siquiera imaginaba, esto es la realidad.
A pesar de haber conocido lugares con misterio, como los esteros correntinos o la sierra de San Luis, esto era todo sorpresas. El túnel que nos traía por la pampa y cruzó Neuquén y Zapala con pocas variantes, acá era un túnel hacia esa otra historia, todavía no resuelta. La verdadera Patagonia me entraba por los ojos, la piel y el olfato de manera violenta aunque apagada. Igual de agrestes las montañas y la gente.
Pinos de acá, que sólo pueden ser de estos lugares donde todo es áspero. Las araucarias no son esos pinos de postal navideña. Son pinchudas, rígidas, atormentadas, desgarradas. Allá abajo, el valle del río y apenas unas pocas luces que indican que llegamos al pueblo.
Bajar del colectivo, dejar los bártulos en el correo, único lugar accesible por el momento, y salir inmediatamente a caminar. Caminar, tomar contacto con la tierra, dejar que los ojos se impriman con todo eso para después digerirlo. Imágenes, sonidos –hachazos, balidos, ladridos- y siempre el olor.
El bah’í allá en Corrientes, tiene también su olor particular, como todos los paisajes. Es olor a mar rancio, a vegetación fofa, a orines de animal en celo. La sierra norteña tiene olores secos, de matorrales duros, de corral de chivas, de leña colorada de algarrobo o molle.
Todo eso está guardado en esta película viva, junto al olor de la cordillera en invierno empapado de humedad, de nieve.
Los colores se azulan.
Es algo que no se ve claramente, lo denuncia la cámara fotográfica. Casi toda la mañana, y poco después de mediodía, el ambiente se tiñe de azul, como una lente delante de los ojos. Los sonidos también suenan apagados. Todo parece distante y algodonoso en invierno. Y lo más hermoso es andar de noche, así empezó mi convivencia con el pueblo y el paisaje. Una noche.

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