martes, 9 de septiembre de 2008

ELLA




Nos encontramos en el curso de conversación que se dictaba en la Alianza, martes y jueves a partir de las veinte. Yo todavía ensayaba en el cabaret las piezas de café concert, Ella era profesional recién recibida en la Universidad y estrenaba su personaje de profesora seria y muy ocupada. Mario y Denis se dieron cuenta de algo, o tramaron algo, porque arreglaron de manera que nos sentamos juntos, Ella y yo. Desconocía absolutamente todo sobre el teatro, pero se mostraba muy interesada en saberlo todo, quería ver las obras que se estuvieran representando. Y a mí me gustaba muchísimo, no sé por qué. Me gustó de entrada, eso sí, sin embargo...
- ¿Qué te parece la compañerita?
- No sé, Mario, estas profesoras universitarias tienen unos humos... ¿Viste el tapado de piel?
- Y, bueno es el estilo. A mí me gusta porque se ríe todo el tiempo, le pone buen humor a la clase.
- Es una manera de llamar la atención. Me parece como cualquier otra...
Era bajita, con una cara de chiquilla que de vez en cuando fruncía como si tuviera terribles enojos. A pesar de su alegría, su boca tenía un ligero gesto, algo intangible como de tristeza.
- No me termina de caer, Mario... pero qué buenas tetas tiene.
- ¿Viste? Algo te atrae, es de las rellenitas como a vos te gustan.
- Pero...
Ni peros ni nada, yo tenía miedo de que me rechazara, me estaba armando por las dudas. Las noches de invierno en San Luis son hermosas, muy frías pero hermosas. A la salida de clase Mario y yo como perfectos caballeros la acompañábamos a tomar el colectivo, empecé a tener más cuidado al vestirme para ir a la Alianza, nunca lo iba a reconocer, pero quería estar a su altura, quería verme elegante. No sé si lo habré logrado. Poco a poco comenzamos a charlar más seguido.
- Hoy está helando.
- Sí
- ¡Cuantas mujeres me estarán haciendo mal de ojo! Me doy el lujo de ir a esta hora con dos hombres...
- Y.. Sí.
- Bueno, ¿Cuándo me vas a invitar a tomar un café?
Me quedé mudo y Mario largó la carcajada. Era de atreverse la chiquita. Enseguida, en el café de la plaza, le confesé que jamás hubiese pensado que yo le podía interesar, que al principio ella me causaba cierta irritación, ella me explicó eso de los miedos, que ella también tenía mucho miedo, que quería conocerme más porque yo era un bicho curioso, yo le dije que entonces era simple curiosidad profesional (era psicóloga), ella me dijo que no, que estaba conociendo gente linda, que para eso empezó el curso de francés conversado, que se aburría estando siempre con sus compañeras y luego que hablamos de nuestras respectivas vidas, me dijo
- ¿Te das cuenta? Por eso tengo inseguridades, conozco un tipo interesante y resulta que sos inestable, te gusta andar de aquí para allá. Estoy protegiéndome pero me gusta el desafío.
Muchos cafés, muchas noches hablándonos nuestras cosas. Que había tenido un amor de estudiante que se ahogó en el lago, que conoció un par de tipos superficiales, que los hombres de San Luis son machistas y aburridos.
- Y si siempre saliste con tipos tan diferentes a mí, te gustaban cosas tan lejanas a mí... ¿Porqué me elegiste?.
- No sé, esas cosas nunca se saben. Pero a veces me mirás de una manera que me pone extraña, me dan ganas de reírme, saldría disparando y al mismo tiempo me gusta.
- No me doy cuenta cómo te miro.
- Y.. Como un lobo.
Nos reímos, nos reímos mucho, jamás me habría visto a mí mismo “como un lobo”, pero estábamos en confianza.
- Debe ser cuando te miro y pienso en el sexo.
- Eso es, tenés mirada lujuriosa.
Como era psicóloga hablamos de sexo con gran libertad, las psicólogas pueden hablar de sexo profesionalmente, tomar distancia.
- ¿Y si te quedás conmigo esta noche?
- No, todavía no, quiero conocerte mejor. Todavía estoy en mi fortaleza y hay cocodrilos en el foso.
- ¿Son muchos?
- Ya quedan pocos. Tenés que hacer un esfuerzo.
- ¿Desconfiás de mí?
- Claro, desconfío de la situación.
Total que volvimos a tener esta conversación luego de una cena maravillosa en casa de Mario, con buenos vinos, sobremesa, un fuego encendido en la estufa... Mario y Adriana se fueron a dormir y quedamos dueños de la estufa y la alfombra. Yo tenía un hermoso traje azul, muy formal. Ella estaba preciosa con esa pollera con un tajo, un buen escote que lucía uno de los atractivos más grandes de las mujeres: el canal de la sensualidad entre los senos. Nuestro primer orgasmo juntos fue con este vestuario, sin tiempo para desvestirnos del todo, ni siquiera apagar algunas luces, nada. Fue el descubrimiento de nosotros mismos como partes de uno solo, que no podíamos funcionar separados. Teníamos que juntarnos, complementarnos, completarnos. Y surgieron más orgasmos, crecientes, unísonos. Simples orgasmos, momentos de calma para sentir que había algo apareciendo desde adentro, desde las vísceras, desde el latido del corazón. Calma para disfrutar tocarse, sentirse, para que las pieles se extrañen y se necesiten, hablar de nuestros cuerpos y nuestro sexo, naturalmente sentir que tenemos que estar de nuevo uno alrededor del otro, uno debajo del otro, uno saboreando al otro, uno tomando al otro. Hablando. Ella necesita decir en mi oreja lo que hace conmigo. Disfruta cuando me cuenta que siente mi semen derramarse, y gozo cuando le digo que me encanta saborearla, que quiero penetrarla. No hace falta razonar, nuestros cuerpos deciden, todo sucede. Descubrimos que nos gusta despertar enchufados, insertados, unidos, intercalados.
Entre dos cultivamos años de energía positiva. Ella me impulsaba a competir, a mejorar, a ofrecerle mis logros como un caballero andante de las novelas, que vuelve de batallas fantásticas con dragones verdes.
Una época fecunda, escribí, monté muchas obras de teatro, hice proyectos. No me daba cuenta que todo esto seguía asustándola. Esa contradicción entre lo que la atraía y la inseguridad. Yo estaba mareado por esta droga y la estaba consumiendo. Mientras preparaba la puesta en escena de la Revolución Francesa, ella estaba conmigo. Hacía un alto en la pintura de la Bastilla y nos tirábamos allí, en el taller, y sentíamos algo salvaje en el deseo de mordernos, de estar en ella como fuera, y en ese mismo momento. Entre el olor de las telas recién teñidas y los cabezudos todavía frescos, me llegaba el olor de su entrepierna que comenzaba a humedecerse y no podía evitar simplemente levantarle la pollera y quedarme allí, la “petite morte” repetida en glissando de vagidos que recomienzan. Interrumpía el trabajo a las cuatro, cinco de la madrugada, nos levantábamos apenas con tiempo para ir a mi empleo rutinario, nos bañábamos juntos y partíamos riéndonos de todo, con el sol asomando.
Un día Ella tuvo que irse antes, yo quedé desparramado en la cama, agotado, marioneta de trapo. Entonces en lugar de besarme en la boca, me besó ese pobre muñeco fláccido. Y se hizo una costumbre. Otro día de calor y transpiración nos levantamos desnudos. No había que ir a trabajar, y nos quedamos el día entero desnudos. Ella se puso sus medias negras de red, con ligas rojas.
- Me gusta poder ser tan puta con vos- Dijo, y se hizo una costumbre.
Comenzamos a hacer planes, queríamos vivir esta locura todo el futuro. Yo me sentía capaz de cualquier cosa, necesitaba más campo de acción, un mejor trabajo que no fuese ese cansancio de todas las mañanas en una oficina, una nada de siete a trece por un sueldo miserable. Sentía que con Ella podía ganarme la vida otra vez en el periodismo y el teatro. Así completaba lo que yo era con Ella.
Por segunda vez, apareció la Patagonia. Varios años antes me habían ofrecido un trabajo administrativo en la construcción de El Chocón, que iba a ser la represa más grande de América por ese entonces. Era otro trabajo en una oficina, y no me fui.
Ahora, recién nacida la democracia, en una provincia llamada Neuquén el nuevo gobierno estimulaba la cultura, acogía artistas, todo era nuevo o estaba por hacer. Y allá nos fuimos unas vacaciones, a ver que pasaba.
Bueno, bah, conclusión de todo esto. Yo me quedé en Neuquén. Ella, en San Luis. No hubo razón para sus miedos. Sí para los míos.
Ahora puedo festejar que ese amor que vivimos 786 días, lo llevé conmigo durante quince años y me sirvió de algo: sentí que Ella me amaba, y eso lo cambia a uno.

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