martes, 9 de septiembre de 2008

EL AGUA DE LOS CHARCOS



Vaya a saber. Cuando empezó a caminar había asfalto debajo de los zapatos, ahora es polvo, puro polvo. Qué notable –pensó- no hay pájaros una de las características de las bardas es la ausencia de pájaros aunque dicen que antes había de muchas clases, pero antes, todo lo mejor sucedía o estaba antes vaya a saber cuándo es ese antes o antes de qué. Miró en torno pero ya sabía de antemano lo que vería aún de noche uno puede saber que no hay más que esos inmensos escalones de arcilla y tosca que ascienden hacia las montañas pero está cerca de la ciudad y la línea horizontal de polvo se quiebra con montones de basura. Por eso no hay pájaros –pensó- la gente les pelea la basura a los pájaros y además traen perros y los perros se hacen cimarrones tan famélicos y salvajes como para atacar y comerse cualquier cosa, hasta niños se han comido como dicen. Sintió ganas de fumar y a veces le pasa que las ganas de fumar le hacen aparecer en la boca el gusto de aquéllos cigarrillos negros de antes aunque ahora se conforme con estos suaves de gusto norteamericano que es lo mismo que decir mal gusto a cosas falsificadas y bastardeadas como el paladar que antes servía para saborear y distinguir. Da lo mismo. El humo se le vuelve sobre la cara en cada pitada y recién echa de ver que se ha levantado viento y al mismo tiempo que no había extrañado ese otro integrante del paisaje igual eterno igual manchado de basura voladora desplegada en bolsas de nylon papeles viejos y trapos que ya no son nada Gira para volver a la ciudad todavía pequeña va adquiriendo casi todos los defectos de cualquier ciudad pero por suerte todavía tiene algunas cosas de pueblo como el bar donde tomar el cafecito leyendo el diario aunque –pensó- para qué leer el diario aunque haya alguno más o menos periodístico que otros. El camino baja y hay una larga línea de dobles manchas blancas mucho más sensatas que las amarillas que ponían porque ahuyentaban los insectos y llenaban la noche de visiones dobles con fantasmas espejados y rayas concéntricas cuando iba manejando un auto -pensó- si choca hay que echarle la culpa a su parabrisas como decía la municipalidad. Dirección de Tránsito, pensó.
Lo bueno de todo esto es que salió a caminar con la intención de despejar la cabeza para no pensar más en esas tonterías que le agarran de vez en cuando y de puro encontrarse a solas su cabeza se dispara a solas sin que la maneje nadie y si llegara a chocar es culpa exclusivamente de las luces que ahuyentan los insectos tales como arañas y mariposas entonces los pájaros se quedan sin comida porque comen insectos y se van a otro lado donde ahora hay aumento de población de mariposas arañas y pájaros. ¿Porqué arañas? –Pensó- Porque como decía Felipe hay gente que es como las arañas y para dar el ejemplo tomaba la taza de café y la hacía dar vueltas porque tejen la tela como en esa taza y se acurrucan en el fondo si son negras se confunden con el café pero puede ser en una planta y entonces toman el color de la planta así no tienen que hacer nada porque la víctima sola se acerca atraída por el café sin azúcar o por las plantas y es la víctima estúpida la que va hacia la araña o al estómago de la araña mejor dicho.
La ciudad está sobre su cuerpo vertical pendiendo de los faroles de la avenida tan linda con esas plazoletas que en realidad la convierten en boulevard aunque acá no se pueda decir boulevard porque no queda bien y está lleno de gente que no tolera lo que no conoce o no sabe porque no queda bien desconocer o ignorar y ya su cabeza otra vez agarró para el lado de los tomates aunque quiera disfrutar de esta linda avenida con plazoletas no es lo mismo porque su cabeza extraña el anochecer de cada día en un escenario más brillante con letreros y gente ajetreada que va de aquí para allá apareciendo y desapareciendo como fotogramas proyectados por las vidrieras y ese tránsito que a esta hora estará lleno de taxis que los más apurados se disputarán en las esquinas mientras hay sonidos de marea agitada donde graznan las gaviotas ofreciendo el diario de la tarde las rosas para su amada y un libro de poesía que acabo de editar sin apoyo económico por eso cuesta sólo cinco pesos. Inspira profundamente cuando pasa por la vereda donde un seto verde pone perfume sobre hojas secas de los plátanos que no es verdad que crujan bajo los pies apenas sisean cuando se arrastran pero ahora el viento se detuvo – pensó – y va a llover en cualquier momento. Decidir si se va a su casa o se arriesga a la lluvia le toma toda esa cuadra perfumada y de pronto sin dejarle oportunidad a su cabeza gira a la derecha y se zambulle en el centro tan pequeño y tan bonito porque es un centro de ciudad pero en resumen.
Está acá y esquiva las trampas que le tiende la memoria aprovechando que en un lugar así mucha gente lo conoce lo saluda se para a charlar con alguien sólo para que su cabeza se distraiga y él pueda salir airoso a darse una vuelta por la plaza que se interrumpe porque la última conversación se pone interesante y ya son dos caminando a pesar del frío y de las primeras gotas enormes que se desploman y se estrellan con ruido que se escucha a pesar de los autos que pasan y de los chicos que todavía juegan en las hamacas protestando porque los padres los quieren llevar a casa y recién llegamos y Pablo Neruda en la charla que escapa de la tormenta metiéndose en el bar porque hoy el café viene bien con unas gotas de coñac. Está agradable el ambiente acá hay muchas caras que conoce de las mañanas cuando viene a leer el diario y muchachas bonitas preparadas para empezar su noche con maquillaje y optimismo todavía hablan en voz alta aguda apoyada sobre un acolchado de reposadas y graves voces de señores que hacen la última parada después del trabajo antes de ir a cenar y a dormirse cuando comience la película todo esto rodea por la derecha una mesa donde ahora se habla de Sartre y del cine europeo bueno es decir el que no vemos o vemos poco y le toca el turno al cine nacional. La mesa adquiere un nuevo interlocutor justo cuando en los parlantes de la música ambiental empieza a sonar Bix Beiderbecke y este muchacho es casi fanático del jazz y tiene razón porque es muy raro que pongan música de jazz en los bares o a lo sumo ponen versiones lavadas decoloradas y envueltas en crema para tortas porque creen que eso es ambiental y entonces hablamos de la poesía que circula después de ser lavada y planchada y uno dice que si es lo que a la gente le gusta está bien y para cambiar se habla de la última muestra de arte sin ponerse de acuerdo sobre cuál están hablando pero uno de la mesa recuerda que el arte ha muerto por lo que se encuentran discutiendo esta interesante cosa entonces resulta que otro estuvo alguna vez en las muestras del Di Tella.
En la casa pequeña pero cálida como diría algún escritor se sienta a comer solo con el redondo de madera amarilla sobre los cuadros azules y blancos del mantel plástico y una flecha de luz resbalando por el borde del vidrio con vino tinto mientras ella aparece y se sienta hablando voz indiferente que le empuja la vista mientras mastica hacia una ventana por donde mira y mira todos los días las mismas terrazas planas y los mismos árboles que han perdido las hojas y se le ocurre tirar los dados y correr las piezas sobre los cuadros azules y blancos mientras ella habla más rápido y agudiza la voz que ya no esconde una aspereza de hielo sobre vidrio. ¿Qué querrá decir?- pensó.
Silencio.
Vuelve a la calle ahora que ha parado la lluvia y si lloviese da igual vale la pena salir para aclarar la cabeza o calmarla aunque sean las doce de la noche encuentra gente caminando por las veredas donde se retratan los faroles con forma de charcos y le dan ganas de saltar algunos mientras pasa por delante de vidrieras durmientes en penumbras salta un charco y otro y otro y se ríe esperando escuchar por ahí la risa femenina que haría eco pero se detiene y lo tropieza el silencio. Sucede al levantar la vista está allí enfrente donde todos los días está el banco y se alza monumental erecto y geométrico cómo no lo había visto antes aunque sabe que no está allí sólo que ésta no es la avenida de cuatro carriles con cines y teatros y librerías de viejo a ambos lados sin embargo quería verlo a esta hora sabe que el Obelisco no está allí igualmente avanza como si pudiera acercarse ni siquiera pone atención al cruzar la calle pero esto es casi un pueblo y alguien desde la oscuridad le grita y tiene que volver.
A su alrededor sale música desordenada mezclada intercalada de las disquerías y venta de libros usados que le gusta revolver sintiendo como ahora el papel áspero y viejo en la punta de los dedos y el olor de las historias apretadas en las páginas y luego salir y volver a entrar en el cine arte donde hoy dan una de Bergman o al teatro para encontrarse con amigos actores que están charlando con algún fotógrafo o algún músico pero sale y no hay nadie solamente un joven que le gritó para que esquivara ese taxi y le da las gracias mientras lo mira a los ojos preocupado tan joven y tan preocupado que vale la pena cruzar unas palabras.
Estoy acá- pensó. Camina rápidamente un par de cuadras más no muchas porque se termina el centro tan chiquito y al azar dobla una esquina llega a la siguiente y encuentra acá un bar abierto que apenas se ve de tan poco iluminado pero que se anuncia mucho antes porque de allí es de donde sale esa música.
Quiero estar acá- pensó. En su cabeza sigue dando vueltas esa cena solitaria haciendo fila detrás de otras muchas y esa boca que emite sonidos superpuesta a otras muchas y está sacando la cuenta de los quinientos días y quinientas una noches que su cabeza se escapa de la silla de ruedas donde la pusieron frente al televisor entonces tropieza con el último charco que tiene que saltar por la avenida de cuatro carriles para entrar donde suena un saxo y encuentra un gran espacio brillante lleno de ventanales que exhiben en silencio un cuadro de autos en movimiento y gente trasnochada para distracción de tres mozos aburridos que no lo ven dirigirse hacia una silla igual a siempre en la mesa igual a siempre aunque Ricardo no está y lo rodean hombres y mujeres jóvenes ajenos y desconocidos que no lo ven y bostezan cuando miran hacia esa silla.
No bostezan como siempre – pensó.
Entonces tomó fuerte el picaporte de bronce de la puerta de hierro con vidrios espesos y sintió apretó más y sintió más el frío del metal en la palma cuando abría daba un paso confiado y entraba al pequeño bar de la pequeña ciudad y varias caras se volvieron a mirarlo y algunas manos lo saludaron y el barman le hizo un comentario pero todos se callaron y siguieron escuchando ese tema de jazz hasta el final y sólo lo invitaron a sentarse después de los aplausos cuando uno de los músicos se acercó a estrecharle la mano que estaba fría pero se entibió rápidamente y la tibieza le subió a la garganta encontró una cara amiga y fue a sentarse disfrutándolo despacio encontrándose en la sonrisa de esa cara y en su cabeza resuenan los platillos donde antes estaba ella.
Se afloja y deja llegar las risas como suave marea, el trío de jazz va a comenzar de nuevo.
Entonces el gran fantasma geométrico desaparece y allá en el salón desconocido que se esfuma los mozos bostezan y sentado en la silla se muere simplemente.
Recién entonces huyen los perros grises que vigilaban y puede sacudir los hombros y escuchar nítida su voz que es la suya propia cuando dice feliz:
- Hagan silencio, vamos a escuchar a los músicos, como siempre.

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