martes, 9 de septiembre de 2008

BREVE POSTAL PERUANA




Solamente hay que hacer un camino que a poco andar se torna sinuoso. Hay que trepar sierras marrones, cosas extrañas que no forman parte de esos paisajes americanos definidos, definitivos, con piedras ciclópeas o llanuras lunares o mares verdes. Esto es bueno de ver, es la sorpresa que nunca sucede y por eso es sorprendente, como una espera asfixiante de la confirmación de la mala sospecha.
Sin embargo, esconde.
Esas ondulaciones repetitivas que hacen lo posible por convencer de que paseamos por un agujero en la relatividad del tiempo-espacio, y a medida que avanzamos o nos deslizamos me convenzo de que es así.
Sin embargo esconde.
De repente, sin aviso, tal como es nuestra cordillera, sobre el marrón ratón se derrama una mancha verde que a medida que anochece se vuelve negra. Es magnífico, porque detrás por encima de este mar de oscuridad vuela un enorme pico nevado, blanquísimo, fantasmal y luminoso.
En ese lugar hundido al pie de la última gran aparición, resbalamos hacia unas callecitas grises de recortes casi geométricos entre planos verticales menos negros o más lechosos debajo de techitos despeinados de totora.
La luz que viene de los espejos glaciares pinta de irrealidad las terrazas donde desde hace milenios se cosecha papa, yuca, camote, maíz y frijol. Cajones de vacío vertical se comen la vista allí donde la montaña desaparece.
Guaridas del uturunco, corredores para los viajes de la uma. Salamancas
Flotamos por esas callejas tomando material contacto con el suelo solamente en aquellos lugares en que brotan las lajas depositadas por los gigantes en alguna encrucijada hace mil generaciones.
Sin embargo esconde.
Sin ver el sol que va estando allá, tras el monte que madruga todavía azul, los rayos rebotan en otras piedras ya color piedra que alivian la memoria de pircas incaicas, piedras donde se mezclan balidos matinales de hambre caprina y gorjeos antiguos de aves inamovibles que tal vez no sean urpillitas, pero merecen ser. Había sido que en los pequeños portales de esas apocadas construcciones hay gentes. Sentadas en escalones de piedra poco a poco la luz da forma a imágenes que ponen piel y ojos móviles a esos muritos bajos colgados de los techos y apoyados en las laderas. Una pared lateral es un peñasco, parte del muro un terraplén sembrado. La trasera de una habitación es el propio cerro y la otra habitación el cerro mismo.
Niños, paradoja de la historia, hay niños. Tal vez estos mismos ancianos que paralizan la imagen en cuanto cruzamos. Tal vez al darles la espalda vuelven a ser niños. Tal vez esas risas pequeñitas cuelan de las pircas, esas manitas son las ramas y esos bultitos pequeños arropados son los brotes del extraño tiempo de la tierra. Estampida repentina y corre percibido apenas cruce hasta otra sombra que puede ser su madre y ya desaparece de la vista. Ya ayer era su madre y hoy por la tarde sea una abuela.
Tejiendo.
Huso de hilar, lana de chiva que acá se llama cabra, en resignado aceptar del español arcaico arcabucero que quedó documentado porque sí.
Sin embargo esconde.
Y allá, las terrazas despiertan de pronto sembradas de hombres pequeñitos miniaturas convocadas de la historia del hombre general proveedor de sustento. Miniaturas venidas desde lejos, en el sótano del agujero espacio-temporal trayendo túnicas del Eufrates, sembradores de palo y hoja forjada en el invierno, hombrecitos encorvados de la Etruria, o aún anteriores, aztecas que inundan de maíz América. Esas figuritas lejanas y apuradas repitiendo el mismo gesto de romper la coraza de la tierra dura de salitre para sembrar la quínoa o el trigo que desde Afganistán llega hasta la Biblia.
Solamente que acá no hay trigo.
Solamente.
Entre dos paredes que pueden ser un templo sólo visible el primer día de invierno, cae una catarata de tubérculos, tres corrientes de formas redondeadas y vueltas a redondear, con ese girar sobre sí mismas de las formas que tienen todas las cosas, como la forma del camino. Dos paredes bastan, en una dice escrito con retazos..."7Up”.
Hay más carteles, pintados con tizas de colores o simplemente con trazos de una mano que dejó una huella blanca ahora desteñida. Hay un esfuerzo visceral, un deseo que agobia, una expresión esforzada, una flecha de intenciones que apunta “al turista”. Carteles que ofertan de la puerta para afuera todo lo que pueda agradar “al turista”. Un esfuerzo angustiante que empuja y arremete desde los tozos de lata o cuatro maderas desclavadas “para turistas”. No son muchos, pasa rápido como el trago de veneno. Siguen las imágenes recostadas en portales o dibujadas sobre alguna muralla larga y desplomada hacia el bajo donde hay un poco de agua. La contiene un manojo de cardones, catedral de un verde escaso.
Sin embargo esconde.
Vamos recogiendo la misteriosa impresión de haber estado en otra parte.
Una joven mujer con tocado de agujas de madera, vestidos de paño comprado en la tienda que traen un dibujo escocés en rojo vivo, un cobertor de tela de llama con dibujos que fueron escritura en los tiempos glaciares, un sombrero inexplicable. Y por fin colores, colores y colores...
Y la mujer que canta sonidos que remontan a fogones tártaros o a romances samuráis...
Una lengua que viene enancada al viento del Oeste, al demonio marino que empujó las naves desde la neblina misteriosa del Pacífico y ancló estos lares de piedra mucho antes que llegara Manco Cápac.
La vuelta es un regreso más que otros. No se sabe si quedan a la espalda esas incongruencias desmesuradas. El color de las piedras y el verde casi uniforme van diluyéndose en la vuelta al marrón, tierra dura y firme con apariencia de cáscara azoica donde esperamos ver desaparecer dinosaurios, fantasmas de arcabuz y capacete e inclusive aunque no lo confesemos, nos agobia la incógnita de estar desapareciendo. Donde hubo colores y montañas sólo hay luz que nos persigue hacia el oeste, de nuevo hacia la costa resbalando sobre el lomo de este monstruo que nos vomita. Y sin embargo, todo el tiempo a pesar de asfalto tenemos la impresión de que está listo para devorarnos bajo una avalancha descomunal de tierra.
Simplemente.
Tierra.

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